Este método está inspirado en un hechizo mágico, que recibí de un mago cuyo nombre no es Harry. Es el siguiente: "Se coge una pizca de cenizas de un fuego extinguido hace mucho tiempo. Se vierte en una taza de agua cogida de un charco de la calle tras una lluvia intensa. Se añaden tres pelos arrancados por una soltera de la cola de un caballo gris. Se deja madurar la mezcla tres días con sus tres noches y se añade cera de una vela vieja. Se escupe tres veces en la taza. Se agita bien la mezcla. Se arroja a un inodoro y se tira dos veces de la cadena. Luego se sienta uno frente al ordenador y trabaja muy, muy duro".

Noah Gordon

La posibilidad.


Una brisa otoñal arrastraba las hojas secas que crujian al chocar con los pies de Ana. A lo lejos, una pareja de niños discutían.

-Fue gol.
-No es cierto, fue poste -gritaba el otro mientra señalaba una piedra que hacía las veces de poste.

Ana no los escuchaba. Hundida en sus pensamientos, lamentaba no sentirse satisfecha con su vida. Encendió un cigarro y 30 segundos despues lo comprendió. Se quiso fumar la vida de un jalón y ya no estaba dispuesta a quemarse los dedos. Como aquel cigarro, su vida se encontraba a la mitad. La brisa cesó. Los niños callaron. El tiempo se detuvo por un instante y halló la respuesta. La felicidad se lográ tomandose la vida en serio. Por primera vez sonrió desde el alma, apagó la colilla con el pie y se marchó decidida a encarar de nuevo la posibilidad de un futuro incierto. Atrás quedaban los dos niños liandose a golpes.

-Te digo que fue gol.
-Que no fue, pendejo.



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El departamento (1era parte)


El departamento de Jaime Rivas Savater tenía la amplitud necesaria para albergar a una familia de seis personas, pero solo vivía él desde hace seis años. Fue herencia de su madre. Sus padres habían amasado su fortuna como pocos podían, unidos y a brazo partido. Eso en sí ya tenía un merito enorme considerando la época oscura que les tocó vivir. Un país en el que las crisis económicas estaban a la orden del día y los valores se resquebrajaban ante el continuo avance de una “apertura cultural”. Fue su padre quien murió primero, cuando más lo necesitaba, pero no le guardada resentimiento por ello. Nunca pudo entender a las personas que culpan a los muertos por haberlos abandonado, como si ellos comprasen el boleto de partida al más allá y sin escalas. Su madre aún vivía. Mujer de carácter dominante y belleza extraordinaria. Su rostro se tornaba más bello cuanto más endurecía su expresión ante situaciones que lo requerían, por lo que, lejos de atemorizar, la gente le ofrecía un respeto nacido de la admiración y el cariño. Solo sus hijos eran capaces de transfigurar su semblante. Lo eran todo para ella, sobre todo Jaime, el mayor de ellos. Fue cuando se casó que le heredó el departamento. Este se situaba en el último piso de un antiguo edificio propiedad de la familia. Pero ahora los sueños de Jaime se habían esfumado, y el departamento que antes le llenaba de una sensación de libertad y serenidad, le agobiaba como si todo el aire contenido en él aumentase de densidad oprimiéndole el alma. En otras ocasiones creía ver como las paredes se contraían encerrándolo en una caja, apoderándose de él una claustrofobia que no le dejaba encontrar la paz que tanto anhelaba. Le atormentaba el no saber cuando había perdido el camino, en que había fallado. Cuando más se hallaba desesperado le corroía el alma el no saber que tan grande era el pecado que había cometido, y que desconocía, como para merecer la mala pasada que el destino le había reservado. Añoraba un pasado cada vez más alejado de su realidad, recuerdos que a fuerza de evocarlos se desgastaban hasta volverse inconsistentes. El tiempo se los arrebataba con saña para entregarlos como deposito de una deuda que no comprendía. Lo había perdido casi todo, la fortuna de su familia, el amor, el odio, a su hijo, la esperanza, la fe. Todo en ese orden cronológico. Solo una cosa le quedaba, el dolor, y se aferraba a él desesperadamente como un niño se aferra a su madre en los momentos de peligro. El dejarlo ir le negaba la posibilidad de sentir que todavía seguía vivo. Se resistía a vagar por el mundo como del limbo se tratase. Todas sus pérdidas se habían dado una a una en el departamento, y era ahí donde decidió permanecer. El departamento potenciaba el dolor, eran una misma entidad física formando una simbiosis.

A todos nosotros, gracias

Gracias a los Filósofos de pacotilla que con nuevas teorías nos han revelado la verdad: que dios se encuentra indefinidamente de vacaciones, que el hombre ha prescindido de la máxima cartesiana "cogito, ergo sum" para ser fieles discípulos del "compro, luego existo" (gracias Lupita Loaeza por tu excelente libro) mandando al carajo la grandeza del espíritu humano, y que la razón solo es un producto que se puede adquirir en el mercado a un precio muy alto, eso en el remoto caso que amanezcamos sintiéndonos ligeramente excéntricos

Gracias a los Poetas de azotea que encuentran su inspiración tomándose una cerveza frente a un tendedero lleno de ropa que ondula al capricho del viento como las aguas cristalinas de Cancún. Sin ellos seria imposible comprender la belleza intrínseca de cuatro seres difusos que a brazo partido lavan ropa ajena mientras intercambian los por menores de la novela de las 9:00, y una quinta despedaza un bolero a grito pelado.

Gracias a los Príncipes de la Iglesia Católica por haber tenido la brillantísima idea de convertir a Juan Pablo II en su marca registrada más valiosa, implementando el más agresivo merchandising del que se tenga memoria desde la santa inquisición, y que ha tenido como resultado que dicho personaje supere en las encuestas de popularidad hasta a su propio JEFE. Burócratas de Dios que se han empeñado en desvirtuar un mensaje por demás perfecto, en aras de un poder temporal, poseedores de una franquicia divina encargada de distribuir y vender la única verdad al mejor postor, sumiendo en el conformismo al resto de su congregación (porque estar jodido está bien visto por dios).

Gracias a las Modelos Prêt-à-porter que rinden culto a la anorexia, a la vanidad y al dinero, santísima trinidad de las pasarelas; ellas, que cuando caen en el pecado de la carne (y una buena ración de papas de un tal señor McDonals), encuentran penitencia en auto impuestos sacrificios bulímicos.

Gracias a Al Ries y Jack Trout, gurùs del Marketing, por hacernos ver que en el podium mental solo hay tres lugares, lo que convierte a África en el gran olvidado del siglo xx (eso hace que nos sintamos más tranquilos). Aunque pensándolo bien, si mandásemos a las modelo arriba mencionadas, nada echarían de menos, de todas formas ya están muertas de hambre.

Gracias a los Economistas de alquiler que, al más claro estilo Harry Potter, han transmutado el neoliberalismo en el sistema feudal del siglo xxi, avasallándonos ante los poderosos amos y señores transnacionales, a los que debemos pagar el tributo de un consumismo desmedido.

Gracias a los Políticos uniformados de Hugo Boss, auténticos alquimistas de la mentira, en busca del discurso titulado “Pobres: ecuación resuelta” que sirva como venda de seda (pa’que no raspe) mientras hacen las anotaciones correspondientes en sus agendas de piel Hermes. Seres oscuros que aprovechan la luz sublime de los gobernados para presentarse como auténticos salvadores de su nación, pero que refugiados en la sombra de sus cubiles, le ponen precio a la fe que en ellos depositaron (preferentemente una cifra de 10 dígitos, y en euros porque el dólar ya paso de moda).

Gracias a los Periodistas rosas, que en su interés de presentar información objetiva y concisa, fungen de modelo educativo para tus hijos, con cátedras de banalidad y pedantería impartidas por un Jet Set decadente e insufrible (¿alguna vez dejaron de serlo?). Noticias con tintes de falsa moralidad perfumada con Chanel N. 5 y ediciones comentadas del Big Brother para que tu tesoro de 14 años aprenda a echarse un rapidìn con el novio de turno en el sofá de tu sala sin que te afectes en lo más mínimo.

Gracias a los Narcos, que en su labor desinteresada, nos brindan, por una módica donación, la posibilidad de fumarnos de un jalón la felicidad, quitándonos de encima el peso de una existencia que nos exige cada día más de nosotros mismos. Ellos, que encapsulan mundos sublimes, están dispuestos a ponerle un alto a todos aquellos que interfieran con la búsqueda de tu yo interno.

Gracias a George Orwell por regalarnos el fantástico 1984, en un intento por abrirle los ojos a nuestros padres y abuelos, ciegos creyentes de una civilización apoteósica en el siglo xxi, en donde las máquinas realizarían todos nuestros caprichos y trabajos mientras nosotros nos dedicaríamos a labores más intelectuales bajo un cielo azul reflejado en los metálicos y cristalinos edificios de mega ciudades futurísticas tipo Supersónicos de Hanna Barbera. Nuestra sociedad distópica se ha encargado de cambiar este texto profético en los estantes de las bibliotecas, de novela política a cuento de hadas. Créanme, a cualquier profecía que le llega el momento siempre se ve ampliamente superada por la realidad. Tus hijos se reirán de la tortura a la que se ve sometido Winston Smith después de haber visto Masacre de Texas.

Gracias al resto de los mortales que no han sido mencionados (y en los que estoy incluido), que en su afán de dominar a la naturaleza, se ha convertido en una mancha que todo lo contamina, autentica plaga que azota un planeta que ya se está cabreando y amenaza con desheredar a su criatura predilecta, negándole el privilegio de la inmortalidad de la especie.

A todos nosotros, gracias, mil gracias

Ad libitum (Parte I)

El ritmo trepidante de la vida moderna impide solicitarnos un instante de introspección, ese instante en el que el deseo y la libertad se conjugan para descubrir que somos más que un segmento de mercado en el implacable consumismo que nos devora (aunque eso sea lo que piensen los medios de comunicación): somos voluntad. Y son el deseo y la libertad características esenciales de la Literatura. Porque en la Literatura se han llevar a cabo dos actos para ser tal: el acto de escribir y el acto de leer. Escribir o leer dependen directamente del deseo y de la libertad. El escribir, de carácter eminentemente propositivo, nace de la vocación innata de crear y descubrir del ser humano. El leer solo refleja la imperiosa necesidad de entender el mundo que le rodea y de entenderse a si mismo; que lector no ha llorado, reído o se ha angustiado con un personaje -real o ficticio- apropiándose de estos sentimientos como si fuesen propios, que escritor no ha tratado de imprimir al héroe –por insignificante que este ultimo sea- un rasgo positivo de su personalidad, o ha exorcizado algunos de sus demonios con el antagonista. Escritor y lector, sin ese acuerdo tácito de coexistencia, simbiosis que da vida a la Literatura, no cumplen ningún propósito. El escritor necesita del deseo de volcar sus palabras en papel, de la libertad suficiente para hacerlo, y del lector para ver realizado su oficio. Sin ellos corre el riesgo de no encontrar su propio camino, de recorrer el de otros -ser un mero escriba- o en el peor de los casos, no caminar nunca por el sendero de las letras.